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Rescates, tensión e incertidumbre, un día en la frontera de EEUU

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Con miles de migrantes llegando a diario, la frontera de Estados Unidos y México vive momentos de tensión y emociones marcados por la determinación de quienes buscan sin visa el sueño americano.

En la texana Eagle Pass, separada de Piedras Negras en México por el Río Grande, apenas despuntaba el sol el domingo cuando decenas de migrantes ya batallaban en el agua para rescatar a una bebé de un año y a su madre que a mitad de camino fue doblegada por la corriente.

La pequeña Olga quedó en brazos de Yonder Urbina, paralizado en su esfuerzo en la mitad del río mientras su mamá llegaba a la orilla estadounidense.

Allí los migrantes que habían llegado juntaron sus cinturones para usarlos como cuerda, pero la corriente la reventó. Las personas gritaban, Olga lloraba, los efectivos militares observaban.

El grupo consiguió una soga y la lanzó al primo de Urbina, que caminó hacia mitad del río para alcanzar al hombre y la bebé, ayudándolos a salir de la parte más profunda.

Cuando los primos llegaron a una parte más rasa del río, otro hombre los alcanzó y la tensión se rompió con un aplauso.

– “Es triste” –

Pero la alegría duró poco y apareció un último obstáculo.

Una inextricable maraña de alambre concertina que las autoridades de Texas refuerzan a diario impide el paso de los migrantes en regiones como ésta donde faltan trechos del muro que delimita gran parte de los más de 3.000 kilómetros de frontera.

Pero para ellos volver a intentarlo es una opción, y no hay obstáculo que los desanime, menos aún al final del camino.

Metros más abajo, Urbina y González encontraron una pared de contenedores que escalaron para saltar a territorio estadounidense.

Mientras la patrulla fronteriza rescataba al resto del grupo atascado en el agua, otros en la orilla de Piedras Negras comenzaban a cruzar.

– “Lo logramos” –

Tras los tensos momentos en el río, donde la patrulla fronteriza interviene a menudo con un bote salvavidas, cientos de personas fueron acumulándose a los pies de la intimidante pared de alambre.

Cuando la sensación térmica pasaba de 40ºC, la patrulla fronteriza tuvo que cortar parte del alambre para rescatar a los migrantes de la insoportable temperatura.

“Sólo queremos sacar a nuestros hijos adelante”, dijo la venezolana Yusmayra Pirela, de 38 años.

La mayoría cargaba la ropa del cuerpo, teléfonos golpeados por el viaje, documentos y datos de sus familiares en Estados Unidos.

El resto se quedó en el camino.

Ana Hernández pedía agua para echarle en la cabeza a su bebé de 10 meses mientras lloraba. “Nos querían robar los bebés en un supermercado [en México], por eso nos apresuramos”, dijo.

Después del mediodía, cuando más de 300 personas habían cruzado, llegó otra madre con tres hijos a la orilla estadounidense.

Desoyendo a los efectivos fronterizos, esta mujer desesperada hirió a sus hijos al intentar cruzar entre las filosas navajas del alambre.

Rescataron a los niños. En una pequeña isla en el medio del río había una mujer en silla de ruedas.

La hondureña María Argentina de 32 años, con muñones y una bebé de dos años, había llegado allí con ayuda de su hermano y otros migrantes. Pero ahora tenía que cruzar la parte más profunda del río.

Los hombres le colocaron un salvavidas infantil y la cargaron.

Efectivos de la patrulla fronteriza comentaron entre ellos – no pueden dar declaraciones – que a esa hora era imposible traer el banco por el cambio de la corriente.

Argentina se hundía a pesar del esfuerzo de los hombres que decidieron volver a la isla. Después de una pausa, lo intentaron de nuevo.

Al llegar a la orilla, Argentina rompió en llanto en el suelo, empapada y cubierta de lodo, junto a su hija Nathalie que alguien había cruzado antes.

“Gracias a Dios lo logramos”, dijo el venezolano Leonel Fernández.

Al final de la tarde, cuando la temperatura aún derretía, el flujo de personas continuaba.

Mientras los efectivos militares de la operación Lone Star cubrían con nuevo alambre los huecos del día, seguían entrando más migrantes al río.

“Este es un lugar candente”, dijo alguien de la patrulla fronteriza, mientras el sol se ponía. “Hoy ha estado tenso”, concedió. “Pero para nosotros es otro día en la frontera”.

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